"Para el sistema todo sujeto crítico es una oveja negra"

jueves, 27 de octubre de 2011

La Rebelión Encapuchada




En cada ocasión que los estudiantes y las organizaciones populares se movilizan en el espacio público, los medios de comunicación al servicio de las clases dominantes chillan al unísono: ¡Violencia! Se suceden las imágenes de jóvenes encapuchados que levantan barricadas, arrojan piedras sobre la fuerza pública y destruyen parte del equipamiento urbano. Los conductores de televisión, los reporteros en la calle y una variada gama de opinólogos condenan rápidamente los hechos. Se suceden sin ningún rigor conceptual anatemas tales como: “Violentistas”, “terroristas”, “anarquistas”, “lumpen”, “delincuentes”, etc. Pero nadie, no obstante, se ha preocupado de analizar de manera rigurosa las causas que precipitan la comisión de los actos violentos y mucho menos se ha intentado explicar el profundo trasfondo político que subyace a este tipo de protesta.Quienes protagonizan este tipo de manifestaciones son personas (mayoritariamente jóvenes populares), profundamente molestas con el sistema de dominación de clase existente actualmente en el país. Están molestos con el modelo económico que los explota a ellos, a sus hermanos o sus padres; están molestos con la estructura inequitativa de la sociedad que condena a una parte importante de la población a la miseria o al endeudamiento crónico; están molestos con la represión policial, que golpea cotidianamente sus poblaciones; están molestos con el imaginario simbólico que recrea un mundo de fantasía que sólo se encuentra disponible para unos pocos privilegiados. Existe un largo acumulado de tensiones, frustraciones y desencantos que se han venido acentuando y que, hoy día, en el marco de las movilizaciones sociales (estudiantiles, medioambientales, indígenas y recientemente de trabajadores), se expresan como rebeldía popular.
Se trata de una rebelión espontánea, en la cual no se visibiliza con claridad ningún tipo de centralidad ideológica. No, a lo menos, como se observó en América Latina y Chile entre las décadas de 1960 y 1980. Tampoco se pude negar la existencia de organizaciones sociales y políticas que se reconocen en núcleos ideológicos, como el anarquismo o el marxismo, que participan activamente en los enfrentamientos callejeros. Pero, a mi juicio, estas organizaciones no poseen hoy día un control efectivo sobre dicho enfrentamiento. Es más, una parte de las acciones violentas que se han podido observar recientemente carecen de conducción política y de orientación ideológica: Por ejemplo, los ataques a pequeños establecimientos comerciales y el saqueo de colegios en la periferia urbana. No obstante, en estas acciones, así como en los ataques contra los grandes supermercados, las cadenas de farmacias, las instituciones financieras o los centros comerciales, existe un denominador común: La rabia. De ahí que estas acciones continúen expresando el profundo descontento social que la inequidad ha venido construyendo.
Es más, la espontaneidad de las acciones violentas remite, incluso, a la forma escasamente estructurada que poseen los ataques contra los dispositivos represivos del Estado. La masa arremete contra carabineros sin planificación operativa alguna y, normalmente, armada sólo con los recursos que provee el medio urbano (piedras y adoquines). Por lo mismo, se puede caracterizar como una violencia de baja intensidad. Particularmente si la ponemos en relación con los conflictos sociales y políticos que se viven actualmente en Colombia, México o Brasil.
Cabe señalar que este tipo de manifestaciones no son en absoluto novedosas. Por el contrario, a partir de la segunda mitad del siglo XIX se hicieron particularmente recurrentes. Cada vez que se producía una crisis económica que afectaba a la subsistencia de las clases populares o en cada oportunidad en que la legitimidad del régimen político experimentó un importante grado de deterioro, la furia popular irrumpió en el espacio público. Sólo por mencionar algunos hitos emblemáticos podemos referir, el motín de los tranvías de 1888, la huelga de la carne de 1905, el motín urbano de abril de 1957 y las protestas populares contra la Dictadura Militar del ciclo 1983-1987. En todas esas ocasiones, y en muchas más que podríamos enumerar, los manifestantes saquearon o intentaron saquear los establecimientos comerciales de la burguesía, atacaron tanto la sede de gobierno como los palacios señoriales en los cuales se regocijaba y ostentaba impúdicamente su riqueza la oligarquía, se enfrentaron con las fuerzas represivas del Estado y destruyeron parte del equipamiento u ornamentación pública. En todas esas oportunidades, además, la represión, al igual que hoy, actuó con particular saña y alevosía. Es importante señalar que en este tipo de manifestaciones siempre los muertos se encuentran en las filas de los que protestan; no de quienes reprimen. Por el contrario, quienes históricamente han masacrado al pueblo han recibió premios y ascensos; como fue el caso de Roberto Silva Renard, el general responsable de la matanza de la Escuela Domingo Santa María de Iquique en 1907. Mientras que hoy día los crímenes alevosos, como el de Manuel Gutiérrez, son calificados como “violencia innecesaria causando la muerte”, lo cual supone para el criminal, en el peor de los casos, una condena de tres años de prisión.
En el contexto de esta asimetría de fuerzas y de recursos los medios de comunicación al servicio de la burguesía cumplen la tarea de criminalizar la protesta popular. Pero lo que sucede hoy día con los medios de comunicación no es muy diferente de lo que ocurría a comienzos del siglo XX, en el contexto de la emergencia de la llamada “cuestión social”. Efectivamente, las protestas obreras, que demandaban mejores condiciones laborales y de vida, no sólo eran violentamente reprimidas; también eran criminalizadas. Quienes protestaban eran “enemigos de la patria, de la propiedad y de la religión”. Hoy, como ayer, existe un control monopólico sobre los principales medios de comunicación; tanto impresos (El Mercurio y COPESA), como en radio y televisión. Ello hace que la línea editorial referida a la conflictividad social se uniforme: Las demandas son “desmedidas”, los estudiantes son “intransigentes”, las propuestas están “ideologizadas”, etc. Luego, ante la imposibilidad de invisibilizar la protesta, se instala el discurso homogenizador en torno a las formas correctas de movilizarse: Lo lúdico, lo festivo, lo carnavalesco. Y, de la misma manera, se encuadra el “sentido” de la manifestación: Que sea autorizada, que se desarrolle donde las autoridades quieren, que programáticamente se ajuste a lo que el sistema puede ofrecer y que se autoregule en su trayectoria y desarrollo. En consecuencia, toda manifestación que rompa con las “formas políticamente correctas de expresarse” es rápidamente anatemizada y criminalizada. No obstante, lo que más llama la atención es esta verdadera ausencia de profesionalismo o rigor de los periodistas adscritos a estas cadenas, que no sólo no hacen su pega, sino que se convierten más bien en espurios portavoces del gobierno o de los patrones. A ese efecto habría que destacar que situaciones de violencia “estructural”, como la desigual distribución de la riqueza, la explotación laboral, la expoliación comercial de las grandes cadenas de retail o la usurpación y represión de que han sido objeto históricamente los mapuche, o no concitan el interés periodístico o son rotuladas con eufemismos. Por ejemplo, estos medios jamás han hablado en el caso de Manuel Gutiérrez de asesinato o de alevosía. Se han referido a su deceso como “la muerte del joven poblador”; como si se hubiese muerto en su cama de causas naturales. Pero si han enfatizado en el arrepentimiento que habría mostrado el carabinero que lo mató. Estas violencias estructurales son, sin lugar a dudas, un factor clave en el desencadenamiento de las violencias reactivas que protagonizan los jóvenes populares.
Otro aspecto particularmente preocupante es la configuración de un escenario de enfrentamiento “horizontal” entre quienes participan de las manifestaciones populares. Al respecto creo que es necesario considerar dos situaciones. Por una parte, se puede observar un importante grado segmentación social entre quienes protestan. Efectivamente, una parte de los estudiantes adscritos a las carreras profesionales aparentemente más exitosas (medicina, ingenierías, derecho, etc.), provienen de estratos socioeconómicos más acomodados o dotados de un mayor “capital cultural”. Estos estudiantes universitarios se refieren a los jóvenes no universitarios (secundarios y subocupados), como: “flaites”, “sopaipillas”, “lumpen”, etc., reproduciendo, de esta forma, el discurso estigmatizador y criminalizador del gobierno y los patrones. Luego, encuadrados en el discurso de la “manifestación políticamente correcta”, se pueden llegar a convertir en delatores (cuando señalan a sus compañeros a la policía), o en agentes directos de la represión (cuando detienen y entregan a la misma policía a estos compañeros). Hay mucha irresponsabilidad en el gobierno, en los medios de comunicación e incluso entre algunos dirigentes sociales, cuando impelen a estas personas a enfrentarse con los manifestantes encapuchados. El día de mañana si se llega a producir un enfrentamiento fatal la responsabilidad política estará entre quienes incitan al conflicto fratricida.
Otra línea de interpretación remite a los dos fundamentos constitutivos de la sociedad de clase en Chile: El orden público y la propiedad. Si debemos reconocerle un mérito a la oligarquía primero y la burguesía después, fue haber elevado estos dos principios a la condición de valores naturales; alcanzado incluso un importante nivel de transversalización social. Muchos creen, hoy día, que tienen algo que perder: Un auto, un pequeño negocio, la casa. Y lo meritorio del sistema fue haber instalado en este sector de la sociedad que la amenaza la constituye el “otro” desprovisto o precarizado. De aquí surge el viejo y reiterado discurso fascistoide de la “mano dura”. Cualquier amenaza a la propiedad deviene en amenaza al orden público. En consecuencia el recurso a la represión se valida ampliamente.
En este contexto la violencia encapuchada se convierte, también, en una rebelión simbólica y cultural. Es la rebelión contra todas las formas inveteradas que ha asumido la subordinación; es el rechazo al “mandé patrón”, “como usted diga jefe”, “perdone mi cabo”. El encapuchamiento rompe con toda forma de subordinación y en cuanto ruptura constituye una disonancia no sólo para el Estado y los patrones, sino que, también, para quienes han internalizado el discurso oficial. No obstante encapucharse es un acto político, en cuanto expresa la voluntad de rebelión frente a las condiciones estructurales de la violencia (económica, social y política) y, por otro lado, es un gesto de desafío frente a la pusilanimidad con la cual se ha hecho política en Chile.

Igor Goicovic Donoso, Director del Magíster en Historia de la Universidad de Santiago de Chile

viernes, 30 de septiembre de 2011

Felipe Garrido nos regala un bello poema en torno a la lucha popular



Si mi piedra cruza tu conciencia

entonces será una linda coincidencia.

y qué me importa si es parte

de tus teorías y problemáticas

de la realidad.

Para mi la piedra es mi llanto,

es mi nostalgia,

es el hambre de mi pobla

y el maltrato de mi calle.



Si mi piedra alimenta tu pacifismo

o tu rebeldía acomodada,

no me importa.

Mi piedra no es un grito de auxilio,

es mi grito de desolación

ese silenciado eternamente;

aquel que intenta recuperar

la poca dignidad que me queda

y me dejaron.



Si mi piedra hace estallar tu odio,

tu admiración -espectador complice-

solo será la anecdota de tu marcha.

Por mi parte , mi piedra es mi hermana

la que nunca me dejo,

con la que vivo de almohada

y las que patie cuando niño

a estadio lleno;

es el arma de mi historia

y de mi casa.

Si ser pobre es mi condena

entonces me llevaré al infierno

a todos los que pueda.



Mientras viva estaré ahí,

en cada marcha en cada protesta,

estaré ahí  recordandote

que en este mundo nada a cambiado

y que mi piedra

es parte de esta obra de teatro

y de todas estas quimeras.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Financiamiento y edeudamiento en la educación superior

Es bien sabido que el sistema de financiamiento de la educación superior chilena tiene su base en el endeudamiento del estudiante (convertido en consumidor por el sistema neoliberal).
A continuación ponemos a su disposición dos videos que ahondan más en este problema:


SÚMATE!!!
                      oveja.negra.valpo@gmail.com

martes, 27 de septiembre de 2011

Entrevista a Gabriel Salazar: "Si la crisis se resuelve con una negociación entre Piñera y el movimiento estudiantil el modelo neoliberal seguirá intacto"

 

Por Romina Reyes

www.bellopublico.cl


El Premio Nacional de Historia 2006 conversó con Bello Público en su oficina de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Chile. El académico habló de la crisis que vive el país y de las salidas del conflicto estudiantil. Con ustedes, Gabriel Salazar.
La secretaria advierte que el profesor se demora. Día a día son varios los estudiantes que se sientan a esperarlo afuera de la pequeña oficina que tiene en el departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, pero esta vez fue la excepción. Gabriel Salazar entra raudo por la puerta cargando un maletín. Se dirige a su oficina donde su vecino de escritorio, el profesor Pablo Artaza le anuncia que alguien lo espera.
“Ah, usted fue la que me escribió”, dice. Le confirmo mi identidad y sin más vuelve donde su secretaría a pedirle las llaves de una sala donde podremos conversar tranquilos. El llavero tiene una decena de llaves, por lo que hace falta probarlas todas antes de entrar a las oficinas que en otros días, se encuentran más pobladas. No podemos olvidar que la Facultad de Filosofía se encuentra en paro hace más de 3 meses. Y eso, de alguna manera, se hace sentir.
Una vez adentro, la secretaría aparece pidiéndole las llaves. Gabriel le pide que se las deje, que luego tendrá una reunión con unos alumnos. Al poco rato, ellos se asoman y se sientan afuera a esperar al profesor. El tiempo que Gabriel Salazar dispone es poco, por eso entramos de lleno a la conversación.
Actualmente, el conflicto estudiantil se ha dado en un contexto donde la clase política ha sido fuertemente cuestionada. ¿Es correcto hablar de una crisis representatividad política?
Estamos viviendo una profunda crisis de representación política, proceso que se viene dando de forma creciente yo diría desde mas o menos los finales del gobierno de Eduardo Frei Ruíz-Tagle, y ha venido acrecentándose, porque en términos puramente estadísticos la confiabilidad y credibilidad que tiene la ciudadanía en las instituciones políticas y en los políticos ha venido cayendo en picada con mucha fuerza ya a partir del 2005, con el término del gobierno de Ricardo Lagos y el inicio del gobierno de Bachelet.
Pero esto va más allá de la aprobación a un presidente…
El Congreso Nacional, por ejemplo, en todas las encuestas que se han hecho a partir del 2005 apenas tiene un 15, 16% de confiabilidad y credibilidad ante a la ciudadanía. Entonces el Congreso tienen una representatividad promedio del 17%, que es un porcentaje muy bajo. El poder judicial tiene menos, 11 ó 12 %; los partidos políticos 8 ó 9% y los políticos 4% ó 5%. Estamos hablando de que no sólo los políticos, sino las instituciones del Estado y el Estado mismo están pasando por una crisis de pérdida de confiabilidad y credibilidad por parte de la ciudadanía. Entonces es una crisis de representación, pero suficientemente profunda para pensar al mismo tiempo que hay otras crisis también dentro del sistema que son tal vez más profundas aún, porque si uno deja de creer en algo no es sólo por un aspecto externo, sino por cuestiones más de fondo.
Sin embargo, aún cuando diagnosticamos una crisis, no hay inestabilidad democrática.
Es que hay que ser muy fino en el análisis, porque las crisis de los partidos políticos, incluso las crisis terminales nunca aparecen con el autoderrumbe del sistema. El sistema se defiende, y los que son beneficiados por el sistema -en este caso la clase política civil y la clase política militar- de una u otra manera nunca van a reconocer que hay crisis. Para defenderse de la crítica y de la acción corrosiva que les lanza encima la sociedad civil, ellos tiene aparatos de defensa que son las leyes que defienden la estabilidad, y defienden de los eventuales cambios que le introduzcan al sistema. Son las leyes de defensa permanente de la democracia: la Ley de Seguridad del Estado o la Ley Antiterrorista, que son todas leyes que procuran impedir que la crisis produzca el colapso. Por eso las crisis de los sistemas se pueden alargar al infinito, de ahí que el tema de la crisis en ultima instancia hay que referirlo al otro actor de la crisis. En la crisis hay dos actores: un sistema que se corroe, se corrompe y entra en crisis objetiva y por otro lado, el único poder capaz de darle fin a ese Estado que esta en crisis. Y ese poder es la ciudadanía.

MOVIMIENTO CIUDADANO

Hoy estamos viviendo un movimiento social muy fuerte, pero se considera que aún el movimiento no penetra por completo a la sociedad, ya que es una lucha de la clase media. ¿Cómo ve eso?
Hay varios problemas que se cruzan. Hay que tomar en cuenta que cuando surgen movimientos sociales frente a una crisis y estos movimientos se plantean cambiar el sistema en su totalidad, normalmente lo que ha ocurrido es que el sistema reacciona, reprime el movimiento y lo aplasta. Más encima construye un discurso post-mortem, donde los vencedores explican el por qué de su triunfo y lo establece como verdad oficial, historia oficial y queda en los textos escolares. Entonces fueron los subversivos, fueron los anarquistas, fueron los antisociales, los desquisiadorescacerolea. Pero eso es movimiento de masa y la masa siempre sale a protestar, a pedir, a exigir. Y en el mejor de los casos para forzar al gobierno o negociar con ellos. Pero un movimiento de masa no es lo mismo que un movimiento ciudadano.
¿Cuál es la diferencia?
Un movimiento ciudadano ejerce soberanía, porque ahí está la soberanía. La soberanía no radica en el Estado, no radica en la ley, no en la justicia, menos en los partidos políticos. Radica en la ciudadanía, pero lo que pasa es que en Chile la ciudadanía no ha aprendido a ser soberana. Le enseñaron a ser solo masa que pide y patalea en las calles y protesta y rompe cosas. Por eso que este movimiento actual se caracteriza porque tiene aún restos de movimiento de masa: marchas, concentraciones que han sido bastante importantes, etc. Lo diferente está que en las masas por ejemplo que nos movilizamos en los ’50, ’60 y ‘70 se movieron porque fueron dirigidas, vanguardizadas por caudillos, por partidos políticos, por presidentes o por el Estado. Pero hoy no. Este no es solo movimiento de masa, porque no está siguiendo a una vanguardia de partidos políticos ni nada. Se automueve sola y esta pidiendo cosas, proponiendo cambios importantes en el sistema pero a la vez hay un proceso que es muy importante, un proceso de deliberación. La masa no delibera. La masa social está en la calle, saltando, brincando. Le tiran discursos encima, le dan instrucciones, pero no delibera. En cambio, estos movimientos sí. Sobre todo los estudiantes que tienen sus asambleas de base y ahí deliberan. Y tienen sólo voceros, sobre todo los estudiantes.
¿Entonces es como una mezcla de movimiento ciudadano y movimiento de masa?
Este movimiento tiene de ciudadano el hecho de que delibere, de que no tenga conducción político-partidista y que esté pidiendo cosas pero a la vez deliberando y proponiendo. La ciudadanía propone e impone, porque es soberana, por eso este movimiento ciudadano tiene dos caras: la vieja cara de las masas que peticionan, dialogan y negocian; y el de la masa que sólo reclama. El movimiento estudiantil, junto al movimiento de pobladores, está deliberando y esta proponiendo cambios profundos. Pero no sólo en educación, también con otros problemas. Entonces en ese sentido hay un movimiento ciudadano que está apuntando más lejos. Estamos dentro de un movimiento mixto, medio híbrido.
Hace algún tiempo, el analista político Patricio Navia opinó que el movimiento social actual no pedía cambios profundos en el sistema, sino que sólo mayor participación. ¿Qué opina usted?
Esto tiene que ver con qué tipo de cultura social se ha desarrollado en Chile en los últimos 40 años. La cuestión fundamental que hay aquí es que lo que hizo Pinochet fue destruir el Estado populista. Lo des-socializó, lo despopularizó y lo redujo al mínimo. Quedó convertido en un Estado estrictamente neoliberal que es un Estado prácticamente pilucho, absolutamente reducido casi sin poder real de nada que no sea el poder militar. Entonces como quien dice todo el Estado lo alejó, lo metió en la globalización y ahí lo diluyó. Y por el otro lado nos dejó solos, a la ciudadanía y a la clase popular. O sea, sin Estado, sin Estado protector, sin Estado social benefactor. Metió al medio el mercado, y ni siquiera el mercado nacional, el mercado global. Entonces la ciudadanía desde el ‘73 ha tenido que arreglárselas sola, con un Estado que no la proteje ni la ayuda y un mercado que trata de integrarla pero en las condiciones usureras que le pone el mercado. O sea, no es amigo, no tiene nada de populista.
Pero al parecer, la organización ciudadana está de regreso.
Cuando son 40 años que se va acumulando una cultura de este tipo lo que aprende la ciudadanía -sobre todo las mujeres de población y los jóvenes de ahora- es a participar activamente en resolver los problemas localmente. Por eso que se han formado estas asambleas territoriales, ha habido huelgas de ciudades enteras y de regiones enteras. Eso es es un fenómeno mundial. Qué quiero decir con eso: es cierto. La gente quiere participar, pero no es que este participando a la cola de grandes políticas nacionales. Está participando en proyectos que ella misma elabora, lo local desafiando cada vez más lo global, porque el conflicto no es de una clase social o entre una comunidad y el Estado nacional, es entre las comunidades locales versus la globalización.
¿De qué manera puede entonces la ciudadanía acceder a mayor participación?
Hay que perder de vista un poco el tema de que el Estado coincide con la acción. Ese concepto está poco a poco deteriorándose por la disolución del Estado nacional en la globalización. En casos de Estados liberales como el chileno -o bien en términos de que el Estado se entiende a sí mismo como Estado liberal- no responde a una población que se ha empoderado a un nivel en que casi no necesita del Estado. Por ejemplo, el movimiento de los Sin Tierra: ellos no necesitan el Estado. Negocian con ellos, lo chantajean y lo friccionan, porque ellos ya son autosuficientes. Por eso que teóricamente hay que ajustar un poco las ideas a esta nueva realidad y por eso los movimientos sociales caminan un poco en esa dirección y en Chile también.

LOS PARTIDOS POLÍTICOS

¿Cree que el actual movimiento estudiantil podría derivar en un partidos politicos o algo similar?
Los partidos políticos, cuando se habla en plural, como partidos políticos, suponemos que hay un mercado de partidos políticos que compiten entre si no y eso es propio y exclusivo del estado liberal. El Estado liberal se caracteriza porque admite corrientes de opinión y competencias dentro de sí. Para eso esta el Congreso nacional, ahí todos parlotean, cada uno pa’ su santo. Pero en las asambleas de estudiantes no tienen sentido los partidos. Están todos cara a cara discutiendo un problema, entonces ahí el consejo, la asamblea, la local, la regional y de ahí pa’ arriba, reemplaza al partido.
¿Cómo vislumbra la salida al conflicto estudiantil?
Si la crisis se resuelve -por ejemplo- con una negociación donde Piñera cede un 40%, el movimiento otro 40%, el modelo neoliberal seguirá intacto. En ese caso los partidos también y este movimiento va a tener que acomodarse entre los partidos existentes o intentar inventar algún otro al margen, como ME-O quien lo ha intentado sin éxito. Eso ha ocurrido, pero el modelo sigue igual, ganó la pelea. Yo diría que el destino del movimiento estudiantil si va a triunfar en esta crisis, su destino consiste en aliarse con otros actores sociales para en conjunto imponer una solución soberana a través de una asamblea constituyente o algo por el estilo. Y ese proyecto significa que la vigencia de los partidos se suspende por mucho tiempo, porque el acuerdo de los actores sociales entre sí, una coordinadora, una asamblea, cualquiera que sea la organización no requiere de partidos, porque cada movimiento se basa en asambleas y arriba se unen todos en otra asamblea y ahí pueden hacer muchas cosas y no requieren partido.
¿La educación podría ser, entonces, la punta de lanza de muchas otras demandas?
Yo creo que si el movimiento estudiantil -que no es sólo uno, son dos: universitarios y secundarios-, se une con los trabajadores, profesores, empleados públicos y pobladores, pueden armar un poderoso movimiento de actores sociales que nadie va a tener ánimo de pararlo, porque es la mayoría de la población.

Alessio Rastani: "Goldman Sachs gobierna el mundo".

El grupo Goldman Sachs, los mismos que provocaron la crisis subprime para poder operar tanto como banco de inversiones como banco comercial, queda al descubierto en la entrevista de este Trader (especulador financiero).


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lunes, 26 de septiembre de 2011

La crisis de la Educación en Chile

Capítulo del programa independiente "El Chispero" que aborda la situación de la educación en Chile.





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Entrevista a Marcel Claude

En esta entrevista el economista explica que en Chile tenemos los recursos para poder tener una educación gratuita, de calidad y para todos.



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